Si de algo nace consciente el Apostolado e la Oración, hoy conocido como Red Mundial de Oración del Papa, es de la vida y real solidaridad que existe entre nosotros, los cristianos, por Cristo, entre nosotros mismos y con Él, Cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia (Ef 1,22; 5,23).
Por el bautismo, todos nosotros, los bautizados, nos incorporamos e integramos a Cristo y participamos, por tanto, de su misión y realidad sacerdotal, real (regia) y profética (LG 31). Esta incorporación a Cristo es lo que nos capacita a "ejercer un culto espiritual a la gloria de Dios y para la salvación de los hombres" (LG 34), o, dicho de otro modo: "para ofrecer sacrificios espirituales por medio de todas nuestras obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo" (AA 3).
Es tan grande este honor de participar del sacerdocio y la misión de Jesucristo, nuestro Señor, que no lo creeríamos posible si no fuera por el testimonio de las Sagradas Escrituras:
"Vosotros formáis un sacerdocio santo que, por Cristo Jesús, ofrece sacrificios espirituales agradables a Dios" (1Pe 2,5)
"Vosotros sois una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios eligió para que fuera suyo y proclamara sus maravillas" (1Pe 2,19)
Ambos textos expresan el pleno cumplimiento de la Palabra del Señor en el Libro del Éxodo:
"Seréis un pueblo consagrado, un reino sacerdotal" (Ef 19,6)
En el libro del Apocalipsis hay tres textos más que apoyan y confirman esta verdad, tan admirable como consoladora, del sacerdocio común de los fieles:
"Nos amó y nos libró con su sangre de nuestros pecados e hizo de nosotros un reino, sacerdotes de su Padre Dios" (Ap 1,6)
"Los hiciste reino de sacerdotes para nuestro Dios y reinarán en la tierra" (Ap 5,10)
"Serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él mil años" (Ap 20,6)
Hasta hace muy poco, esta realidad de que los bautizados somos "sacerdotes-por-participación" en el sacerdocio de Jesucristo, nuestro Señor, era una verdad casi completamente marginada, catequética y pastoralmente, y todavía hoy lo es, en gran parte, a pesar de tantos años de postconcilio. El Vaticano II afirmó sin titubeos la realidad del sacerdocio común de los bautizados, pero, sea por las razones que sean, en realidad son muy pocos los cristianos promedio que sabrían expresar en qué consiste su sacerdocio, y cómo o de qué manera se vive y cómo se ejerce.
Este sacerdocio común a todos los fieles, a todo el Pueblo de Dios, el Vaticano II nos señala que lo ejercemos, sobre todo, de dos maneras:
Mediante la ofrenda de nuestras vidas: "Los bautizados son, en efecto, consagrados por su nuevo nacimiento y la unión del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su admirable luz (1Pe 2,4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (He 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Ro 2,1) y den testimonio, por doquiera, de Cristo; y, a quienes lo pidan, den razón también de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (1Pe 3,15)" (LG 10)
Participando, activa y responsablemente en el culto litúrgico de la Iglesia y sus sacramentos y, en particular, en la sagrada Eucaristía: "Los fieles... en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía, y lo ejercen (su sacerdocio) en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y la caridad operante" (LG 10)
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