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Corazón de Jesús, reina en nuestras vidas


El Corazón Vivo de Cristo ha sido siempre el centro de mi corazón y de mi vida. Ha dado profundidad y sencillez a mi espiritualidad. Ha enardecido mi corazón y me ha enseñado a vivir con humildad: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 29-30).


Tres han sido las claves del Corazón de Jesús que los Papas han llamado «la quinta esencia del Evangelio» y la «norma de vida más perfecta». Es una espiritualidad que tiene «corazón», que no se queda ni en una espiritualidad descafeinada que no afecta a mi vida real, ni tampoco una espiritualidad de barniz, donde no se vive una aventura apasionada de Amor con un Corazón de Cristo vivo y abierto. Va al fondo para no quedarnos en la cáscara del Evangelio. Es aquella regla de oro de Benedicto XVI, que decía que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que te cambia la vida y que te abre su corazón.


1. Cristo Corazón vivo, resucitado y resucitador. El corazón de Jesús, es siempre la persona divina del Verbo, que como verdadero Dios y verdadero hombre, es nuestro Redentor y Salvador. Nos presenta su Corazón y nos envía el Espíritu Santo, «Señor y dador de vida», que tiene como misión formar en nosotros los sentimientos de su Corazón.


El Corazón de Jesús es la Eucaristía y la Eucaristía es el Corazón vivo de Jesús. Repetía san Pablo VI que desde la Eucaristía el Señor nos transforma porque está vivo y vivificador, resucitado y resucitador. Siempre con nosotros para transformar nuestro mundo, para transformar nuestro corazón y que nuestra vida sea totalmente evangelizada y evangelizadora.


2. Amigo que nunca falla. Jesús con su Corazón abierto, es una amistad ofrecida incansablemente. Es una exigencia de la amistad, la corresponsabilidad, el diálogo, el ponerse en el lugar del otro.


El Corazón vivo de Jesucristo nos habla de una amistad ofrecida y que no se corresponde a tanto amor ofrecido. Siempre, por esta falta de correspondencia a tanto Amor, el Corazón de Jesús se presenta como el amigo que nunca falla y nos pide responder con una vida entregada.


3. Consagración y reparación. El Corazón de Jesús nos lleva a vivir la llamada bautismal a la santidad. La consagración al Corazón de Jesús nos lleva a vivir nuestro bautismo como una llamada permanente a vivir la conversión, que exige poner una y otra vez nuestra mirada en su Corazón, para que reine en el nuestro. Él quiere reinar en nuestro corazón, en nuestra vida, para construir la civilización del Amor. Esa conversión es reafirmar nuestra fe. Tenemos que rechazar el pecado y todas las seducciones del mal que matan la esperanza y nos cierran al hermano. La herida que deja el pecado y el egoísmo y la vida, solo se cura con la ternura de su corazón. Donde Él Reina, se curan todas las heridas y nos abrimos a una vida plena con esperanza.


También el Corazón de Jesús ha potenciado la reparación para llevar hasta el final la obra la obra de la redención. Repara sólo quien unido a Cristo, único Redentor, colabora con la entrega de su vida amando hasta el final. La reparación tiene tres vertientes: la primera es vivir sin ofender a Dios por el pecado, se llama reparación negativa; la segunda, agradar a Dios con nuestra vida, se llama reparación afectiva y exige la compasión y la sintonía de corazón. El Señor en esa intimidad de su Corazón cuida de todas nuestras heridas del pasado, que a veces nos lleva a vivir «cansados y agradecidos».


La última manera de reparar al Amor no amado que llamaba san Francisco es la reparación aflictiva, es el sufrimiento, es el dolor. Es el «guiño» que Dios hace a algunas almas, que el Señor elige, pero siempre como decía santa Teresa de Jesús, cuando ve «grandes deseos y ánimos» de sufrir por Él y que ardía a través de una enfermedad, de un dolor, de un sufrimiento físico, moral o espiritual y que cuando está en el nuestro Señor se vive con los frutos del Espíritu Santo que repite Pablo a los gálatas: el amor, la alegría y la Paz.


El Corazón de Jesús quiere reinar no en las piedras, sino en los corazones humanos, en hombres y mujeres que abran su corazón para que reine en sus familias.



Francisco Cerro Chaves

Arzobispo de Toledo, Primado de España

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